Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Héroe olvidado

07 de Septiembre de 2018

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Una sonrisa, un apretón de manos, una medalla, un diploma, el aplauso en el estadio, el reconocimiento del público, un abrazo o el ingreso a un salón de la Fama se identifican con el estímulo al deportista. Un estímulo que, en algunas ocasiones, alcanza mayor trascendencia en relación con el valor del esfuerzo y la jerarquía de la competencia.

Desde ayer, en la estación Velódromo del Metro aparece un collage con la fotografía de la deportista Roxana Islas, como testimonio del récord mundial de La Hora, que estableció en ciclismo en la categoría amateur con el registro de 41 kilómetros con 564 metros, poco más de 167 giros a la elipse de madera en la pista del CNAR, el 6 de abril de 2012.

Poco después, por aquellas fechas, el entusiasmo de Roxana Islas, actualmente de 32 años, la empujó a establecer una marca en remo: 24 horas en esfuerzo bajo techo en la ciudad de Manchester, medidos con ergómetro y computadora, poco más de 308 km.

Es un acierto de las autoridades capitalinas enmarcar el acontecimiento con el fin de que sea apreciada como ejemplo de esfuerzo y superación.

Sin embargo, cada vez que ocurre un reconocimiento deportivo, se observa la influencia de una tendencia social, comercial y política en la esfera del deporte mexicano.

No puede uno sustraerse a recordar, como sucedió con Joaquín Capilla, ganador de cuatro medallas olímpicas, oro, plata y dos bronces en los Juegos de Londres 48, Helsinki 52 y Melbourne 56, el olvido acumulado, década tras década, para que recibiese el Premio Nacional del Deporte, a unos cuantos meses de que su vida se extinguiera.

Se cumple el próximo mes el 50 aniversario de una de las actuaciones más ilustres del deporte mexicano, sin que, hasta a la fecha, las autoridades correspondientes hayan pulsado el valor tan enorme de los dos cuartos lugares de Juan Martínez, en las distancias de 5 y 10 mil m planos, en los Juegos Olímpicos de México 68.

La ignorancia es peor que la maldad. Son dos cuartos lugares que, si se hiciese a un lado el enfoque político, tan aceptado por una gran mayoría de comunicadores, resulta harto inexplicable que después de medio siglo no se le haya entregado el Premio Nacional del Deporte.

Superado en los 5,000 m por el tunecino Gammoudi, el keniano Kipchoge Keino y el etíope Naftali Temu y en los 10,000 por Temu, Mamo Wolde y Gammoudi venció a la vez a notables como el australiano Ron Clarke, quien rompió 23 récords mundiales, y el soviético Nikolai Sviridov. El mexicano Juan Martínez estuvo a la altura de los mejores del planeta.

En 1969 dejó constancia de su clase internacional al triunfar en la Carrera de San Silvestre, en Sao Paulo. Su nombre brilla en la galería de astros olímpicos y mundiales, como el finlandés Viljo Heino, vencedor en 1949; el checoeslovaco Emil Zátopek, 1953; el argentino Osvaldo Suárez, 1958-1960; el belga Gastón Roelants 64-65 y 67-68; el colombiano Álvaro Mejía en 66, el estadunidense Frank Shorter, 1970.

En aquella época del 60, Juan Martínez, con su enorme calidad de atleta de fondo, se equiparó con lo mejor del planeta.

El deporte-profesional, el deporte-espectáculo ha eclipsado para bien y para mal el deporte-deporte.

Juan Martínez vivió la época en que se corría por el placer, en que se practicaba el atletismo por pasión y superación personal. De extracción humilde, un verdadero arquetipo de esfuerzo y lucha, rivalizó contra las luminarias del atletismo de su época. Lamentable que, después de 50 años, por ignorancia, incultura, insensibilidad, esté en el olvido, sin el reconocimiento del deporte nacional.

 

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